Provenía de uno de los arbustos de la izquierda y enseguida nos dimos cuenta de que una pequeña ave se escondía de nosotros, con lo cual preparamos la cámara para intentar conseguir una fotografía de quién sabe si algún ejemplar con el que aumentar nuestra colección de imágenes.
Y de pronto, a nuestra derecha hizo su aparición, con cara de muy pocos amigos, como podéis ver, esta perdiz que, lejos de escapar de nuestra presencia, se quedó ahí plantada, desafiante, como avisándonos que dejásemos en paz a su retoño que se había escondido ante nuestra repentina aparición.
A mi esta situación, que duró el tiempo suficiente para poder tomar varias fotografías con toda tranquilidad, no ha dejado de extrañarme cada vez que la recuerdo, ya que la perdiz es una de las fotografías que más ganas tenía de conseguir porque cada vez que me he topado con una ha sido lo suficientemente rápida como para desaparecer de mi objetivo. Es un ave muy escurridiza y es muy difícil tenerla así de quieta.
Y es que su instinto de fuga desapareció al instante cuando descubrió que su retoño estaba en peligro y permaneció a la espera de quién sabe qué reacción.
Por nuestra parte decidimos no seguir intranquilizando a la madre ( y asustando más al pobre retoño) y, dejando a un lado la posibilidad de hacerle una fotografía, nos marchamos de allí enseguida.
Menos mal que nuestro perro vive en una nube cada vez que corretea por los caminos moncaínos porque ni se enteró de lo que pasaba.
El otro día también hice una observación ornitológica interesante en la cara oculta del Moncayo. Un cernícalo era acosado por tres aves de un tamaño mucho menor (a estas no las pude identificar). No paraban de lanzarse en picado y hacer cabriolas contra la rapaz, sin duda, estaban protegiendo su territorio y sus crías.
ResponderEliminarUn abrazo.